Comentario
La crisis del liberalismo y el comienzo de la Primera Guerra Mundial, permitieron a Elie Halévy hablar del advenimiento de una era de los tiranos.
Tres años después, en 1917, el triunfo de la revolución bolchevique en Rusia sentaba las bases de un Estado totalitario socialista. Para ello había sido preciso, no sólo el legado de Marx y la capacidad organizadora de Lenin, sino, además, la aplicación sistemática y coordinada de técnicas psicológicas a los medios de expresión, con el objeto de guiar la actitud y el comportamiento de las masas: había nacido la propaganda moderna.
Mientras, en la guerra europea, se aplicaba con éxito la "nueva arma". El dominio anglosajón en el terreno de la información fue decisivo a la hora de medir los resultados. Lo que quedó como "la organización del entusiasmo", produjo la destrucción psicológica del adversario y mantuvo a salvo la propia fe en el triunfo. Se imponía, así, la razón británica sobre la moral "destructora" de las potencias centrales.
Ambos ejemplos -leninista y británico- pasaron a la historia como modelos de propaganda totalitaria y de guerra respectivamente; no es, pues, extraño que quien aspiraba a tener el poder total y estaba dispuesto a saldar pasados agravios con una nueva guerra, debía conocer profundamente las técnicas propagandísticas más eficaces.
Adolf Hitler había mostrado un gran interés por la propaganda y admiraba los modelos citados. En su obra Mein Kampf declara su entusiasmo por la propaganda de guerra aliada frente a la alemana, "deficiente en la forma, psicológicamente errada en su carácter". Igual que las organizaciones de izquierda, en cuyas manos la propaganda era un instrumento que "dominaban y empleaban con maestría".
Toda la vida de Hitler fue un esfuerzo constante por superar esos modelos; por imponerse, por convencer a los demás. Sabía que los ejércitos solos no eran suficientes y pretendió movilizar al "gran ejército de la Opinión Pública".
Los primeros años, los de la lucha por el poder y la conquista del Estado, fueron los más difíciles. Entre 1920 y 1933 el partido nacionalsocialista, de ser un grupo de fanáticos descontentos, se convirtió en la primera fuerza política de Alemania, con 17 millones de votos. Durante esos trece años, la "propaganda -dijo Goebbels- fue nuestra arma más afilada": la svástica; el Volkischer Beobachter; las S. A.; el asalto de Munich; Mein Kampf, el doctor Goebbels; tumultos, desfiles, arengas inflamadas, banderas, eslóganes, carteles: violencia. "La propaganda nazi -se dijo- era una obsesión, una tiranía".
Tras las elecciones de 1928, en las que el NSDAP obtiene ochocientos mil votos y doce diputados, Goebbels pasa a dirigir toda la propaganda del partido. El milagro no se hace esperar; en 1930 se consiguen seis millones y medio de votos, que suponen 107 representantes en el Reichstag.
"Este partido -escribiría Carlos Radek-, que carece de historia, ha surgido como un islote que emergiera de golpe en plena mar por el efecto de las fuerzas volcánicas".
"Hitler será presidente", rezaba un famoso eslogan antes de que el mariscal Von Hindenburg fuese reelegido jefe de Estado en abril de 1932 y frenara, momentáneamente, las aspiraciones del Führer.
"Hitler será presidente igual", declaraba otro lema no menos popular surgido tras las elecciones.
La agitación y el exceso habían llegado a su punto más alto. Todos los días se celebraban centenares de mítines: en Berlín, veinte o treinta a la vez. Hitler y Goebbels intervenían en varios de ellos cada noche. El Führer recorría Alemania en avión como muestra de su omnipotencia. Goebbels constantemente hablaba por la radio o los altavoces.
Las paredes se llenaban de carteles y el suelo de hojas volantes. Las concentraciones de miles de seguidores eran normales. Además, entre 1930 y 1932, el número de publicaciones sostenidas por el movimiento nacionalsocialista pasó de seis a 121, con una tirada global de más de un millón de ejemplares.
El 31 de julio de 1932, el partido duplica los votos y consigue 230 diputados. Lo que se definió como la conquista del Estado por la "conquista de los espíritus y de las almas", era una realidad.
El 30 de enero de 1933, Adolfo Hitler, apoyado ya en 17 millones de votos, era nombrado Canciller del Reich. Una nueva y trascendental etapa comenzaba para la historia del nazismo: la de su consolidación y conservación.
El ideal de Estado totalitario requería la centralización del aparato propagandístico y la eliminación del adversario. Se comenzó por lo segundo.
Por un decreto de 4 de febrero, la policía podía secuestrar o destruir todo impreso considerado peligroso para el orden público. Así, hasta el 28 de febrero, en que con el pretexto del incendio del Reichstag desapareció la libertad de prensa, fueron suprimidos 71 periódicos socialistas y 60 comunistas, y se encarceló a sus responsables.
En los tres años siguientes, desaparecerán más de siete mil publicaciones de todo tipo. Tan sólo el Frankfurter Zeitung gozó de una relativa libertad y siguió publicándose hasta 1941, aun cuando desde abril de 1939 era propiedad privada de Hitler por regalo de cumpleaños de su editor, Max Amann.